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¿La resurrección de Jesús es lo más importante?
La resurrección de Jesús, el Verbo
hecho carne, es lo más importante como
testimonio para nosotros, para confirmarnos en la fe
y en la alegría. Pero en sí lo más importante es que Jesús es Dios y murió en la cruz por nosotros y así nos salvó. Para nosotros, pecadores y hombres de poca fe, la resurrección de Jesús, el Verbo hecho carne, desmiente la apariencia de que, al haber muerto a manos de sus enemigos, no es el Mesías, no es el Hijo de Dios, no es Dios; como pareció evidenciarse ya en el momento de su muerte en el Calvario para todos sus enemigos y para casi todos sus seguidores, con la pequeña excepción de los que, inmersos en un amor ardiente, estaban abrumados por el dolor aplastante. Cuando los seguidores de Jesús, el Verbo hecho carne, evidenciaron que Él había resucitado, entonces, como confiesa humildemente san Juan apóstol y evangelista, creyeron que sí era verdad que era Dios.
Este texto parece indicar que lo que san Juan vio y le convenció de creer fue "el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte". Porque las vendas en el suelo ya las había visto desde fuera del sepulcro. pero cuando san Juan dice que "vio y creyó" es después de mencionar "el sudario... plegado en un lugar aparte", que él vio cuando entró, después de esperar fuera y dejar entrar primero a san Pedro. Y así creyeron que su muerte fue consentida y ofrecida por Él para salvarnos. Fue la resurreción de Jesús, el Verbo hecho carne, lo que a ellos y a nosotros nos dio a comprender el sentido y el significado de su muerte. El significado que su muerte tenía ya en sí misma, pero que gracias a su resurrección no queda frustrada para nosotros, sino que en este sentido la resurrección de Jesús, el Verbo hecho carne, perfecciona su muerte, la completa como acto acabado.
Es la sangre de Cristo lo que nos salva, nos redime y nos abre las puertas del cielo. Y es la sangre de Cristo lo que causa nuestra fe en Jesús y en su resurrección; es Jesús, el Verbo hecho carne, con su muerte el que nos da la fe en su resurrección y todas las gracias. La muerte por nosotros de Jesús, el Verbo hecho carne, es la expresión del amor que nos tiene. Un amor con locura. Como es el amor verdadero. Y es la expresión y la prueba máxima del inconcebible amor de Dios Padre al entregar a su Hijo a la muerte en el abandono para rescatarnos a nosotros pecadores. Estas expresiones divinas de amor infinito son las que nos hacen confiar en ese amor, pues nos lo han demostrado. La muerte de Jesús, el Verbo hecho carne, al testimoniar su amor, causa nuestro amor. Su resurrección causa nuestra alegría. Jesús es Dios y murió por nosotros y así nos mereció la misericordia infinita de Dios para perdonarnos todo siempre y concedernos el gozo eterno del cielo, es decir, gozar para siempre del mismo Dios, y salvarnos del infierno, que es la privación eterna de Dios, cuya posesión y gozo es lo único que nos puede satisfacer, como experimentaremos eternamente después de esta vida; tras la cual, también la privación de Dios se experimenta como totalmente insoportable en cada instante de la eternidad, en el eterno instante. De esto es de lo que Jesús, el Verbo hecho carne, con su muerte nos ha salvado si, por obra de su gracia, queremos. Y con su resurrección lo hemos sabido si, por obra de su gracia, creemos el testimonio que da la Iglesia desde el principio.
Si se subraya tanto que Jesús resucitó, se está testimoniando que primero murió. No se puede obviar la muerte de Jesús, el Verbo hecho carne. Hay que agradecérselo siempre y en todo momento. Jesús, el Verbo hecho carne, resucitó para nosotros, porque primero murió por nosotros. Y resucitado, tiene en su cuerpo glorioso las heridas de los clavos; y de la lanzada en el Corazón. Jesús, el Verbo hecho carne, resucitó para nosotros y no para su sola gloria. Su persona, Dios Hijo, ya tiene toda la gloria infinita de su naturaleza divina, de ser Dios. Y así como asumir una naturaleza humana por su Encarnación no le añade perfección alguna a la perfección infinita de su naturaleza divina, de ser Dios, la gloria de su naturaleza humana resucitada no le añade gloria a la gloria infinita que tiene por su naturaleza divina. Aunque ciertamente la naturaleza humana de Jesús, el Verbo hecho carne, debía ser resucitada, no se iba a quedar muerta, ni se iba a dejar así. Jesús ya había anunciado que iba a morir en el martirio y después resucitar. Jesús, el Verbo hecho carne, resucitó para que nosotros creamos y esperemos nuestra propia resurrección. Nosotros tenemos fe por el testimonio de su resurreción, porque Jesús, el Verbo hecho carne, con su muerte nos ganó la gracia de esa fe y todas las gracias. Sin la gracia no podemos tener fe, no podemos creer en la resurreción de Jesús por mucho que nos lo testimonien. Y no podemos tener fe sin la muerte de Jesús, el Verbo hecho carne, y si rechazamos esa fe cuando Dios nos la da por los méritos de Cristo, que nos ganó esa fe en la cruz. El dato de la fe es el más seguro, mucho más que cuañquier evidencia y testimonio y que cualquier certeza metafísica, como enseña santo Tomás constantemente. La fe suple nuestra humana deficiencia y, sabiendo por la fe que Jesús es el Verbo hecho carne, es Dios, entonces no extraña su resurrección, es completamente lógica, es consecuencia lógica de que Jesús es Dios. Lo asombroso es la muerte de Jesús, el Verbo hecho carne. Sí; ya sabemos que padeció y murió como hombre; que padeció y murió en su naturaleza humana. Pero quien sufre y muere es la persona, es Jesús, el Verbo hecho carne. Sufre y muere la persona, que es divina. Uno de la Trinidad padeció y murió. El Verbo se hizo carne para tener un cuerpo que pudiera padecer y morir y así poder obedecer hasta la muerte en medio de los más atroces sufrimirntos físicos, morales y espirituales; por nosotros. Locura. Locura de amor. Lo que se celebra en la misa, por mandato de Jesús, el Verbo hecho carne, es el sacrificio de su pasión y su muerte en el Calvario. La entrega de su cuerpo a la tortura y a la muerte y de su sangre a ser derramada, como dijo en la última Cena al instituir la Eucaristía, y vuelve a decir por boca del sacerdote celebrante en la consagración de la misa. Y proclama su resurrección. San Pablo nos trasmite la palabra de Dios de que al evangelizar no quería saber nada más que a Jesucristo crucificado. Y como es palabra de Dios, es para que nosotros hagamos lo mismo en la nueva evangelización.
Para incensar el cirio pascual, no se debe pasar de largo ante el crucifijo y el sagrario. El cirio representa simbólicamente a Jesucristo resucitado. El crucifijo es la imagen de Jesucristo crucificado, muriendo antes de resucitar. En el sagrario está la realidad de Jesucristo, la realidad de su cuerpo resucitado con las heridas de la crucifixión y de la lanzada y la realidad de su sangre derramada hasta la última gota al morir, antes de resucitar. La realidad, mucho más que el símbolo y que la imagen.
Jesús, el Verbo hecho carne, tenía presente que venía a padecer y morir por nosotros. Ya desde el primer instante de la Encarnación es obediente hasta la muerte de cruz:
Y desde que se autorrevela en las bodas de Caná ya está claro que o creerán en Él, o querrán matarle. Tendrá que andar huido y escondido hasta que llegue la hora de la pasión. Más de una vez se tendrá que escapar de las manos de los que ya querían matarle. Y en la transfiguración nos da a conocer que de eso tan asombroso, de su muerte, era de lo que se hablaba en el cielo:
Varias veces preanunció Jesús, el Verbo hecho carne, a los apóstoles que Él iba a padecer la muerte a manos de sus perseguidores. Y que iba después a resucitar. Y el evangelio reitera que los apóstoles no lo entendían. No les cabía en la cabeza. Y san Pedro trató incluso de convencerle a Jesús, el Verbo hecho carne, que evitara esa muerte. La respuesta de Jesús fue decirle a san Pedro y a nosotros que eso de obviar u omitir su muerte era de Satanás. Jesús, el Verbo hecho carne, le llama Satanás a quien omite su muerte. Y después de su resurrección Jesús, el Verbo hecho carne, les explicó a los de Emaús que el martirio del Mesías estaba anunciado en la Sagrada Escritura para resucitar después. Con esto concuerda el texto de Canals citado arriba: que la muerte de Cristo está ordenada a su resurrección:
Jesús, el Verbo hecho carne, nos salvó con su muerte y hace que lo sepamos con fe por su resurreción y así podamos beneficiarnos de la salvación que nos ganó en la cruz. Gracias Señor Jesús por tu resurrección. Gracias amor Jesús por tu muerte.
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Dice santo Tomás que la Encarnación es lo más inconcebible por el entendimiento humano.
El Verbo se hizo carne para morir por nosotros, para tener un cuerpo humano que pudiese, suprema locura, padecer y morir. Pero quien padece y muere es la persona; y la persona de Jesús, el Verbo hecho carne, es la divina segunda persona de la Santísima Trinidad. Y esto parece más inconcebible que asumir una naturaleza humana. Parece más inconcebible que Dios sufra atroces padecimientos, físicos morales y espirituales, como padeció Jesús, siendo Dios verdadero, hasta morir en el abandono y desolación total de la noche oscura del alma; posiblemente con el "eclipse" de la presencia permanente de la divinidad al alma humana de Jesús. Pero es que en la Encarnación no sólo entra en juego la omnipotencia divina, ante la que no parece que es nada dificil para Dios "hacerse hombre", sino que entra en juego la asunción de la naturaleza humana por la segunda persona divina, la cual queda sometida en su naturaleza humana a todas las situaciones y circunstancias propias de la humana especie, su modo y su orden tan inferiores, desde ser un embrión en las entrañas de una mujer hasta la Pasión y la Muerte. Por eso explica santo Tomás que la Encarnación, al ser lo más inconcebible, incluye todo lo inconcebible de la vida de Jesús, el Verbo hecho carne.
El misterio de la Encarnación "es, entre todas las obras divinas, el que más excede la capacidad de nuestra razón, pues no puede imaginarse hecho más admirable que este de que el Hijo de Dios, verdadero Dios, se hiciese hombre verdadero. Y siendo lo más admirable, se seguirá que todos los demás milagros estarán relacionados con la verdad de este hecho admirabilísimo porque: «lo supremo de cualquier género es causa de lo contenido en él» (Aristóteles, Metafísica I)" (Santo Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, IV, c. 27).